Cada mañana me levanto muy relajada después de un merecido descanso. Lo primero que hago es desde luego el ir a consentir al amor de mi vida: mi mascota.
Para los que aún no cuenten con
este valiosísimo motivo de vida, una mascota es el ser que hace que cada vez
que tienes un problema en tu vida se convierte en un imán super poderoso que
hace que corras a abrazarle. En mi caso
ese imán es una cachorrita de raza basset hound que cada mañana me recibe
emocionada para que de menos le pueda brindar una caricia.
Recientemente con tanta cosa que
pasa por mi mente me olvidé de ella. Zas,
pensé que no me querría después de que un fin de semana no me levante e
inmediatamente le daba su ración de amor correspondiente. Me sentí culpable por que mis
responsabilidades las dejé y fue mi mami quien se encargó de limpiarle y darle
de comer. ¿Acaso el amor se acabó? ¿Me recriminaría
ese abandono? Pues de entrada me sentí
mala persona por no haber visto que pasaba con ella.
Con mucho miedo me he acercado pensando que no me haría ningún caso, después de todo era yo una abandonadora. Ya ni se diga de que me recriminaría que fue mi mamá la que ahora cuidó de ella.
Y mira que después de tanto tormento mental
me dio una gran lección: las mascotas
te aman y ya. No me hizo ningún desaire e incluso hemos jugado aún más que
antes. Pedí perdón a mamá por haberle
dejado mis obligaciones pero ella misma me comento que debo tener más cuidado
porque mi mascota me estuvo esperando todo este tiempo y que no era justo para
ella que la olvidara pues no es un juguete, es un ser vivo que tiene
necesidades y que me toca a mí estar pendiente de su bienestar en casa.
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