Cada vez que me veo en una fotografía mía me traé un recuerdo, pero me he dado cuenta que no siempre se trata de algo positivo.
Hacer ya algunos añejos, robe por
unos instantes la cámara digital de mi padre para tomar una fotografía; según me cuentan que lo hice como si fuera
toda una profesional que incluso me puse a buscar el mejor encuadre para que mi
mascota saliera de lo mejor en la foto.
De ahí por supuesto conforme fui creciendo así lo hizo también la
tecnología al grado que le pusieron un nombre algo raro a un tipo de
fotografías: Selfie.
Una selfie proveniente del inglés
y se ha adaptado como autofoto o autorretrato, realizado con una cámara
fotográfica que dicho sea de paso se ha vuelto toda una obsesión para su
servidora.
No sé en qué momento me he vuelto
esclava de la cámara que trae mi cel.
Cada día que pasa siento la necesidad de mostrar en mis redes que tengo
una mejor sonrisa que el día anterior.
Con la pandemia mis opciones de sacar algo diferente se ha visto
limitada. Ya no me conformo con buscar
el mejor ángulo para que la sala se vea cool.
Mis poses se van agotando al grado de que ya me fusile miles de señas de
los cantantes de k-pop. Al momento me
doy cuenta que lo que parecía ser un simple pasatiempo se volvió una obsesión
al grado de incluso ya estar buscando decorados para que la foto no salga
simple o peor aún estoy descubriendo que mis poses son las mismas y sólo me he
limitado a cambiar de lugar. Ya que lo
he detectado, comenzaré en trabajar más en buscar en vez de una buena pose, una
buena imagen en donde no necesariamente salga mi cara. Buscaré entonces mejoría para mis redes
sociales. Hay que ser original.
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